lunes, 7 de octubre de 2019

Este es el Patrono de la Ecología, amante de la naturaleza, de sus criaturas animadas e inanimadas y que nos invita a amarla y protegerla


En el mes de octubre, mes de la ecología, el mundo cristiano católico reconoce a San Francisco de Asís como el Padre de la Ecología. El Papa Juan Pablo II el 29 de noviembre de 1979 lo declara oficialmente el Patrono de la Ecología…

LA NATURALEZA REDIMIDA Y RESUCITADA EN LA CRUZ

San Francisco de Asís Patrono de la Ecología

El hombre fue destinado para administrar y cuidar de la creación que Dios dispuso para que de esta derivara su trabajo y sustento. Pero en lugar de comunicar vida al medio que nos da vida, derribamos sus árboles, envenenamos sus aguas, hacemos ‘quemas’ incontroladas, cazamos especies únicas, y estamos empeñados en destruirla por intereses mezquinos que no pretenden prolongar los hábitats ambientales, sino fomentar la esterilidad ambiental de los mismos, conduciendo a la humanidad a padecer hambre y necesidades, porque la Tierra no está siendo cuidada para el beneficio de todos.

San Francisco de Asís amaba la cruz. Una cruz que ha sido fuente de  inspiración de muchos: pintores, escultores, artistas, poetas y escritores, en fin,  quienes en sus ricas producciones, versos y prosas han comunicado que cruz y amor son sinónimos.

Afirmando que en aquel rústico madero surgió el acto de amor que jamás la humanidad había conocido y que no volverá a repetirse. Cristo un hombre sin igual, que se desprende de su condición divina para entregarse con su corazón envuelto en el más grandioso amor, a la misión de dejarse despedazar en la cruz por redimir y derrotar el mal que empobrece y mata nuestro destino espiritual, alejándonos de los  ricos frutos prometidos de vida eterna y que nos conduce sin remedio a no obtener el triunfo de un reino prometido por El, en su paso fugaz por la tierra.

La Cruz de la Iglesia de San Damián que le habló a San Francisco -franciscanos org-

San Francisco, el Seráfico de Dios, entendió que no podía haber cruz sin amor y amor sin cruz. Que Jesús lo había dado todo, hasta la última gota de su sangre por amor a la humanidad. Y que a cada hombre en este mundo le correspondía llevar la propia, no tan sufriente y valerosa como la de Cristo, pero si necesaria para entender su profundidad y riqueza aleccionadora. 

Al asumirla, en el trayecto de la vida, se van recogiendo los frutos  de enseñanza, de alegría, de sufrimiento, de sabiduría que esta comunica. Es el gran legado que Cristo nos dejó: de morir a nuestros egoísmos, indiferencias e ingratitudes, entendiendo así el dolor de otros, humanizándonos más, viendo el rostro de Jesús en el hermano, comprendiendo y amando más a quienes nos acompañan en el breve peregrinar de nuestra  existencia.

San Francisco de Asís estigmatizado por un serafín

Cuando el Santo de Umbría se vuelve uno con la Pasión de Cristo, se sensibiliza aún más en el amor y entiende que todo lo que rodea al hombre tiene un único origen: el amor. Así la naturaleza, creación divina, también es redimida, sanada en el amor y resucitada en la cruz. Porque reconoce que, en el sacrificio redentor, quedaron rotas las cadenas que aprisionaban al hombre bajo el yugo aniquilador del mal y es, en esta victoria liberadora, donde descansa toda la creación, en un canto de renovación, de milagro de amor y de salvación de la vida en todas sus formas.

Lo paradójico es que en esa misma cruz, donde tiene lugar el martirio y la  victoria sobre la muerte, que atrae al Santo de Gubio, donde al tiempo hay amor,  sacrificio, dolor, redención y liberación, fue construida a partir de un árbol de la naturaleza. Naturaleza que, en medio de sus lamentos, exclama: ¡Ámenme! ¡Sánenme! ¡Para no morir!

Para rememorar por qué se dice que Francisco de Asís era el Orfeo de la Edad Media y hoy Padre de la Ecología, en este mes de octubre dedicado a la ecología, rescatamos un fragmento del capítulo XII San Francisco y la Naturaleza de la escritora Emilia Pardo Bazán y que dice: “Especial era su simpatía hacia todas las aves, acaso porque semejantes al alma sedienta de lo ideal y de lo infinito, abandonan la tierra y se remontan a esferas de claridad y esplendor, acercándose al sol, fuente de luz para el orbe, cual Dios lo es para el espíritu.

“Volviendo una tarde de Bevagna, vio con admiración el arbolado del camino cubierto de aves diversas que allí se aglomeraran: y entonces dijo a sus compañeros: -“Esperadme, que yo voy a predicar a las hermanas aves.”- Bajándose éstas de las ramas, formaron en semicírculo y Francisco les habló del Criador que les había prestado alas veloces para ser libres, y abrigo de suaves plumas para desafiar la intemperie; de la providencia amorosa, que les da sustento y grano, a ellas que ni siembran ni siegan nunca; que les señaló por morada las regiones de la serena atmósfera, por refugio los recónditos valles y montañas, y por nido gigantescos árboles.- “Mucho os ama vuestro Criador, les repetía, cuando tantos bienes le debéis: guardaos, pues, hermanillas, del pecado de la ingratitud y alaben siempre vuestras gargantas a Dios.” Abrieron las aves sus picos, tendieron el cuello, sacudieron las alas, e inclinándose, con apacibles gorjeos mostraron su júbilo, y Francisco las miraba embelesábale su muchedumbre, belleza y variedad de pintados plumajes, y su familiaridad y atención en oír. Al cabo, bendiciéndolas, les dio licencia para que volasen. Y mientras Francisco se reprendía a si propio por no haber pasado antes en predicar a las avecillas, que tan reverentes escuchaban la divina palabra, ellas dispersábanse por el cielo en cuatro bandadas, siguiendo la forma de la cruz trazada por el Santo…”

(Colabora: fray Antonio Soria)






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