COLOMBIA, PAÍS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS…
ROMPE EN LLANTO ANTE LA FELONÍA DE
HIJOS POR LOS QUE HOY SANGRA SU SUELO PATRIO
Cuando veíamos asombrados las imágenes
televisivas de las danzantes lenguas incendiarias de origen criminal que, en
cuestión de minutos, se devoraron la centenaria estructura estilo
griego, de orden jónico, del hermoso Palacio de Justicia de Tuluá, Valle del
Cauca, emblemático punto de referencia para el visitante foráneo y orgullo de los tulueños, donde otrora sus
instalaciones funcionaran como claustro educativo, los colombianos alarmados
nos preguntábamos, ¿cómo podíamos ser objeto de los inimaginables e inclementes
ataques de grupos de hombres incontrolados que amparados por la oscuridad se
ensañaban y acababan con la justicia
quemando los muros y paredes que la protegían?
Deplorable hecho que nos trajo a la
memoria el incendio del Museo Nacional del Brasil, 2018, en donde se perdió la
riqueza y la recopilación de arduos años de estudio e investigación sobre el conocimiento
ancestral de la extensa nación y cerca de veinte millones de piezas de
diferentes períodos históricos, imposibles de recuperar.
TORBELLINO ÍGNEO SE ABALANZÓ CONTRA LA JUSTICIA
Y, pensábamos, cuántas veces en
nuestras campañas periodísticas llamamos la atención a proteger los históricos
sitios colombianos como museos, bibliotecas, archivos públicos de los
sorpresivos riesgos de incendio, y en donde se compila el acervo cultural y la idiosincrasia
de nuestros pueblos. Pero, esta vez, el
torbellino ígneo producto del terror malintencionado se abalanzó contra la
justicia y la memoria de las propiedades contenidas en las Notarías y Despachos
de Registro del país.
Siempre la excusa que salía a
relucir era la falta de presupuesto o las demoras eternas en la gestión pública
para su aprobación, siendo vistos con algo de desinterés y sin ninguna
importancia, aun cuando lo pretendido era y es buscar la protección de los patrimonios de la
nación contra los riesgos de futuros incendios.
Entonces, no sólo el Palacio de Justicia de Tuluá, en el Valle del Cauca, sino también el de Popayán y el de Facatativá, en Cundinamarca, fueron criminalmente consumidos por el fuego, a lo que se agrega la larga lista de delitos incendiarios a bancos, comercio, cadenas de alimentos, oficinas del Dian, Alcaldías, Concejos, Cades, estaciones de policía y otros inmuebles.
Creemos que después de los
sorpresivos disturbios, aumentará en mayor grado la preocupación por la protección
contra incendios de edificaciones
públicas y privadas y cómo hacer de
estas estructuras lugares más seguros y
resistentes ante devastadores ataques.
¿“… QUIÉNES PAGARÁN LOS DAÑOS A NUESTRO PATRIMONIO PÚBLICO Y PRIVADO” ?
Aquí señalamos que los bomberos,
como en el caso del Palacio de Justicia de Tuluá, tristemente estando su estación al lado de la
edificación siniestrada, fueron detenidos por la turba encapuchada,
impidiéndoles salvar la icónica estructura. En otros casos vandálicos pudieron
confinar los intencionales incendios, apoyados por el Ejército, salvando
algunos inmuebles, como en el caso de Facatativá.
En este mes de mayo, mes dulce, Mariano, por excelencia, y mes de las Madres,
la población colombiana asistió a las peores noches de terror que haya vivido en mucho tiempo en sus
ciudades y municipios, donde las bombas incendiarias y otros artefactos letales
fueron los protagonistas y en los que sus habitantes con desespero e
incredulidad se preguntaban: ¿Pero quiénes pagarán los daños ocasionados a nuestro
patrimonio público y privado? A lo que aterrados espectadores afirmaban: ¡Pues
los responsables de tales descalabros! Mientras otros respondían: ¡Pero si
están encapuchados, sus rostros no son visibles, son seres anónimos…!
LA ECONOMÍA ATRAVIESA EL MÁS LARGO E INTERMINABLE INCENDIO
Miles de manifestantes marchan hasta la Plazoleta Jairo Varela, centro de Cali, para rechazar los bloqueos. Jorge Orozco/ El País
Pero la economía del país atraviesa su más largo e interminable
incendio destructor. Con la restricción en la movilidad de puntuales
vías colombianas, donde a diario, por la inaudita parálisis, se pierden cerca
de quinientos mil millones de pesos diarios, de acuerdo a cálculos del ministros de Hacienda, Juan Manuel Restrepo. Descalabro que está saliendo muy
caro a empresarios, industriales, comerciantes de todos los tamaños, siendo
estos los pilares que sostienen la vida económica de la nación.
Dado los execrables acontecimientos
que están llevando al traste la economía colombiana, se ha venido extendiendo
cual paloma blanca en Cali, Popayán, Medellín, Ibagué, Bucaramanga -Santander- y Villavicencio,
la Marcha del Silencio. Apoteósico pronunciamiento de la Colombia que clama se
le devuelva su pacífico país, la normalidad para
trabajar, y la liberación de la movilidad del transporte de alimentos,
mercancías e insumos industriales y médicos, tan necesarios para la vida en paz
del país.
Dios escucha el corazón de aquella
Colombia que, en años, viene tejiendo con constancia, valor, solidez y
tenacidad un mejor destino para sus familias, enfrentando pruebas tan difíciles
como la actual epidemia vírica. Un país
así se resiste a perder lo conquistado y
jamás negocia su libertad, porque sus buenos logros siempre los consigue surcando
senderos rectos de amor y de respeto por el otro.
En momentos como estos, en donde
debemos cambiar nuestros caminos hacia senderos de paz y felicidad, consignamos
estas palabras del reconocido Apóstol del Amor, San Pablo, que dirigiéndose a
los Gálatas les dijo: “Nuestra vocación hermanos es la libertad. No hablo de
esa libertad que encubre los deseos de la carne, sino del AMOR por el que nos
hacemos esclavos unos de otros. PUES LA
LEY ENTERA SE RESUME EN UNA FRASE: AMARÁS AL PROJIMO COMO A TI MISMO. Pero
si se muerden y se devoran unos a otros ¡cuidado!, que llegarán a perderse
todos…” (Gálatas 5,1. 13-15. 19-26. 6, 3-9 S. Biblia)