¡COLOMBIANOS! ¡VAMOS POR UNA JUSTICIA MÁS JUSTA! Mientras la tecnología y los adelantos en áreas como la ciencia y las comunicaciones, entre otros, incursionan, con notable rapidez, en países del Cono Sur, como Colombia. Sin embargo, paradójicamente, nuestra justicia veraz no va con la misma celeridad. ¡Es más! Tiende a extinguirse corroída por el cáncer de la corrupción, los sobornos, la ilegalidad, el hampa, la expansión de grupos al margen de la ley que, peligrosamente, están ocupando su sitio.
Hoy, no es una novedad para nadie que, en la mayoría de los casos, el manto de la impunidad, la rebaja de penas, el premiar al infractor, la extrema indulgencia y absolución, además de brindarle cómodos beneficios carcelarios, son las "condecoraciones" que ayudan a disparar los índices de criminalidad en el país...
Por eso, ante la acusada inestabilidad de la justicia colombiana, cae como ‘anillo al dedo’ una pieza de oratoria histórica, ahora más vigente que nunca, del reconocido político, escritor, poeta, militar, patriota de todos los tiempos y periodista, caucano, Julio Arboleda, de la época de la Nueva Granada, siglo XIX, quien con frases inmortales y tan breves como esta, nos revela cuál debe ser el camino cierto para frenar la impunidad: “Ella cierra las puertas al castigo, abre las del delito”. (Extractos de su discurso del 1° de abril de 1855 en el Congreso, en la posesión del presidente Manuel María Mallarino)
CONSEJOS A UN MAGISTRADO
Julio Arboleda, monumento en la ciudad de Popayán
La fortuna ha hecho girar su rueda caprichosa con una rapidez sorprendente, como para mostrarnos lo efímero acá en la tierra, de los triunfos, de la vanagloria y hasta de la misma desgracia; y para enseñarnos que, si son indignos de un ánimo elevado el abatimiento y la humillación en los tiempos adversos, no son lo menos el orgullo y la injusticia en las épocas breves y excepcionales de nuestra prosperidad.
No nos engañemos, pues, que poco hay estable en el mundo; los acontecimientos de hoy ahogan a los de ayer como los tumbos atropellados del mar borran la estela de la nave que surca las ondas.
Los actos del justo, y sólo ellos, son eternos, porque cuando la memoria y la gratitud de los hombres les niegan su asilo, la Divinidad los acoge, los guarda y conserva. Sed, pues, justo ante todas las cosas: recordad que es mayor el mérito de serlo con los enemigos que con los amigos, para que cumpláis mejor con el precepto impuesto por la Providencia a aquellos que elige, no para jefes caprichosos, sino para servidores fieles y solícitos de sus pueblos; y por último, no aspiréis tanto a obtener los aplausos del vulgo, como a merecer los elogios de los sabios.
Ha sido y es defecto sobrado común en nuestra América cortejar la popularidad aún a costa de la justicia: preferir los ¡evoés! tumultuarios gritados para Nerón por la muchedumbre a los elogios sobrios tributados a Trajano por la filosofía; pero aquella popularidad efímera que se adquiere con lisonjear las pasiones y dejar impune los delitos, es, en el hombre público, una prerrogativa tan estéril como degradante; edificio sin base que se desmorona y cae tan pronto sobre la arena movediza, sobre el que fue construido, es empujado por el primer viento; rótulo de gloria escrito sobre pizarra frágil, que borra y hace borrar el contacto casual de cualquier objeto liviano; planta, en fin, de vanidad, que si puede dar algún momento de satisfacción incompleta, no deja por toda cosecha sino amargo zumo y espinas.
Nerón fue, por algún tiempo, el ídolo del vulgo a quién adulaba y divertía, porque conocía su inferioridad; y el terror de los sabios y de los justos, cuyo mérito le estremecía como un implacable remordimiento; nadie fue quizá más popular entre la plebe de Roma, pero entre los tiranos... nadie ha logrado dejar un nombre más incontestablemente execrado en todos los climas y por todas las generaciones.
Tales son las consecuencias de aquel remedo de popularidad que nace, no de un gran bien ejecutado, sino del egoísmo infame que excita las pasiones malévolas del vulgo ignorante, y sacrifica a unos pocos vivas y aplausos pasajeros la dicha de un pueblo y la honra, en lo futuro, hasta del propio nombre...
Un bien, por pequeño que sea, ejecutado con energía y constancia imperturbables, tiene siempre su mérito a los ojos de la humanidad; pero el oropel de la falsa gloria, ganado con la excitación y el desenfreno de las pasiones, por seductor que parezca a los ojos de los necios, no produce sino infamia a los que le buscan y aceptan, y dolor para los pueblos que, por desgracia, se entregan a aquellos monstruos de estupidez y depravación.
El respeto por la virtud, la ciencia y la propiedad, y el odio cordial y sincero del vicio, son los caracteres que distinguen los ánimos verdaderamente ilustrados y liberales.
El cultivo y desarrollo de la propiedad, la ciencia y la virtud, fuentes puras e inagotables de felicidad para el hombre, tomado individual y colectivamente, ese cultivo es el cimiento en que han de basar el edificio de su gloria los magistrados inteligentes; y no con promesas estériles y vanos discursos, sino con hechos palpables y resultados sensibles...
...En este siglo y en este país donde hemos sufrido tantos y tan caros desengaños, hemos llegado a desconfiar con razón sobrada de los vocablos de moda: ya temblamos casi al sonido grato y armonioso, de la palabra LIBERTAD. Esta voz mágica, cuyo significado real es el imperio completo de la seguridad, basado en el cumplimiento de las leyes claras y fijas, cuyo influjo bienhechor se sienta desde la choza del labriego hasta el palacio del poderoso; esta voz consoladora ha sido más de una vez invocada entre nosotros, como la divinidad del exterminio, para poner la República a saco, entregando el honor y la propiedad de las familias a muchedumbres desenfrenadas, y erigiendo -sí señor es preciso decirlo- erigiendo el vicio y el crimen en cualidades que daban derecho a la magistratura...
¿Cómo no hemos de estremecernos ¡oh santa libertad! al escuchar tu nombre? Has sido profanada por labios tan impuros, has servido de pasaporte a hombres tan bajos y tan viles, has convertido tantos jardines en yermos, tantos edificios en escombros, has hecho derramar tanta sangre y tan inocente, que cuando oímos alguno que te invoca, nos empinamos naturalmente para columbrar la dictadura, que viene de seguro atrás del pregonero con su inevitable cortejo de crímenes, de violencias y calamidades!
...Pero ya lo he dicho: la Nación entera esta hastiada con las palabras y busca resultados. En vano ostentará el magistrado su fidelidad con frases galanas de mentida filantropía; que si deja atacar nuestra persona, o violar nuestra propiedad, o destruir nuestras escuelas o universidades; si permite que el honor de nuestras esposas y nuestras hijas esté a disposición de forajidos estúpidos; si perdona o no persigue a los delincuentes; por más que hable y arguya, diremos, que su liberalidad es la cosa más idéntica que hay en el mundo a la tiranía...
... Las tres grandes facciones de este programa se reducen a asegurar, por una parte, la paz en el exterior y el sosiego en el interior para fomentar la industria existente, y atraer nuevos capitales al país; y, por otra parte, a llamar a todas las virtudes y todas las inteligencias al servicio de la República.
Impedir que una sensibilidad bastarda, el temor pueril, el cálculo egoísta, dejen impunes a los victimarios sin hacer caso de las víctimas; hacer lo posible para que la sociedad no se precipite en nuevos y funestos desordenes que la degraden y aniquilen, nos obliga a ser severos con los delincuentes. *La certidumbre del castigo legal salva a los pueblos: la esperanza de la impunidad perjudica a los mismos criminales. Ella cierra las puertas del castigo, abre las del delito.
*El magistrado que no escarmienta a los malhechores teme o espera algo de ellos. En el primer caso es débil y merece el desprecio; en el segundo es, ha sido, o quiere ser cómplice del delito, y merece el odio de la Nación, cuyas esperanzas burla y cuya dignidad ofende.
He aquí un resumen general de mis deseos:
-1ro. Sosiego interno, basado en la rígida observancia de las leyes, en el respeto escrupuloso de la propiedad, y en el castigo pronto e inexorable de los delincuentes.
-2do. Paz con nuestros vecinos, fundada en la justicia de nuestros procedimientos y en el respeto perfecto de su propiedad, a exigir el cual tienen tanto derecho las naciones como los individuos.
-3ro. Exclusión de las personas de malas costumbres de todos los puestos públicos, sea cuál fuere el color político al que pertenezcan; y llamamiento a los mismos puestos de los hombres de bien de todos los partidos que tengan aptitudes para desempeñarlos.
... No sé si me engañe el natural afecto que tiene el hombre al país de su nacimiento, pero me parece que el dedo del destino señala a la Nueva Granada una carrera larga, próspera y brillante: con su admirable posesión central en medio de dos océanos inmensos que conducen al Oriente el uno, al Occidente el otro; con sus costas curvas, y ricas de golfos y bahías sobre ambos mares; con sus selvas seculares pródigas en maderas de construcción, con sus deltas entrelazados sobre una extensión inmensa de la costa del Pacífico; con sus ríos largos y mansos, y con la riqueza y fertilidad fabulosa de su suelo...
... El aspecto de nuestro sosiego, la fama de nuestra libertad y ventura, el ruido de las conquistas pacificas que hagamos en el campo de la industria, del comercio y de las ciencias, contribuirán más eficazmente al engrandecimiento de la República, que la intervención quijotesca en los negocios de nuestros vecinos. Dejemos que se gobiernen como quieran: están en su derecho. No concitemos los odios, asegurémonos en cuanto podamos el afecto y respeto de las demás naciones y gobiernos del continente.
... ¡Oh! Cuando se piensa detenidamente en estos fenómenos; cuando se ve y se palpa que no hay riqueza, ni ciencia, ni descubrimiento, que no aumente en algo la felicidad de todos los habitantes del globo; entonces se comprende aquella fraternidad que Dios ha querido que haya entre los hombres, fundada y sostenida por el interés mutuo, hija de la industria que produce, del comercio que cambia, de la virtud que ama y fomenta; entonces se conoce cuán torpe es la envidia, cuan contrario a nuestro bien el odio del bien ajeno, cuán perjudicial para nuestra dicha el pesar de la ajena felicidad!
Y yo, Señor, mientras más medito en estas cuestiones, y mientras más me penetro en la dificultad de dar a todas las criaturas racionales la inteligencia e instrucción suficientes para que comprendan y aprecien la portentosa sabiduría de las leyes del cristianismo, más y más me convenzo de la necesidad de la fe. Esta es la virtud que ha civilizado al mundo...
... Cuando el dijo tened fe como un grano de mostaza y haréis imposibles, impuso a la limitada inteligencia del hombre la virtud única que, garantizando la observancia de sus mandatos, pudiese conducirle al término (oscuro todavía para nosotros) de sus altos e incomprensibles destinos.
Yo no puedo concebir la prosperidad de un pueblo republicano, de un pueblo cuyos ciudadanos tengan todos parte en el gobierno, si esos ciudadanos no son irresistiblemente impelidos a la justicia por los preceptos de la fe”... JULIO ARBOLEDA (N GRANADA) ¡Sagrado Corazón de Jesús, Salva a Colombia!!!
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