Si eran buenas personas, ¿por qué enferman, sufren duros padecimientos, accidentes y mueren así?
Hallamos este esclarecedor artículo que, en momentos tan duros como los que
afrontamos, a la luz divina, nos responde dicho interrogante.
“Quien sabe de dolor todo lo sabe”
“EL SUFRIMIENTO HACE BROTAR VIRTUDES DE ESTIRPE DIVINA”
Por el Dr. Robert Youngs (Selecciones del Reader's Digest)
Siempre ha desconcertado al hombre la injusticia del mundo que lo rodea, “¿Por qué?” se ha preguntado en todos los tiempos y todos los lugares, y esta pregunta es tan antigua como la primera lágrima y tan reciente como la última noticia que nos trae en su vibración la radio. Nos explicamos la muerte prematura de los malvados--, pero ¿por qué mueren jóvenes algunos santos? Halla justificación a nuestros ojos la enfermedad de un asesino; pero ¿por qué aflige la misma calamidad a los niños? Nos parece muy natural la desgracia en la vida de un infiel; pero ¿cómo cohonestarla en un creyente? La Biblia nos da la respuesta.
Empieza por recordarnos que los buenos padecen a menudo porque Dios, en
cuanto naturaleza, no puede hacer distinciones (“Él hace nacer su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos y
pecadores”.) Este es un mundo de normas y orden, donde todos estamos
sujetos a la ley de la causalidad, prescindiendo de que seamos o no virtuosos.
Los buenos están tan expuestos como los malos a contraer una enfermedad
contagiosa. Y la costalada que reciben cuando resbalan y dan con sus huesos en
el duro suelo es tan fuerte en unos como en otros. Si no fuera así, el mundo sería
un lugar ilógico y regido por el capricho.
Para que reine el orden en la tierra es menester que los buenos vivan
gobernados por las mismas leyes físicas que los malos, salvo que los buenos poseen una fe y una fortaleza espiritual que les
permiten vencer al destino y a la adversidad.
La Biblia nos muestra también que en ocasiones los buenos padecen porque
no atemperan la bondad con otras cualidades necesarias en la vida. (Por tanto,
habéis de ser prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”.) En su
parábola del mayordomo infiel, Jesucristo da a entender a sus discípulos que
acaso padecerían menos si tuvieran tanta previsión como fe, tanto realismo como
idealismo, tanta diligencia como espiritualidad. Podemos ser tan buenos como el
oro cernido y, sin embargo, caer en la pobreza si no trabajamos. Con harta
frecuencia los buenos padecen porque no acompañan sus oraciones de la debida
prudencia.
Además, la Escritura nos enseña constantemente que los buenos padecen
porque el sufrimiento es uno de los medios más seguros y eficaces de que se
vale Dios para sacar a luz lo mejor de nuestro ser. Recordemos cómo San Pablo,
enfermo en su carne, descubrió que cuanto mayor era su debilidad mayor era su
fuerza.
El sufrimiento hace brotar y acendrarse en nosotros esas virtudes de estirpe divina que son el amor, la paciencia y la compasión. Sin el sufrimiento, la vida sería un fenómeno mecánico, de naturaleza puramente animal. Quien conozca el dolor no caerá en el engreimiento.
Y lo que importa más: el
sufrimiento es el agente de que se sirve Dios para mejorar la condición de nuestro
mundo. Si padecieran solamente los malos, se nos encallecería el corazón y
diríamos: “¡Bah, bien merecido se lo tenían!”; pero si vemos sufrir a los
buenos, exclamamos: “No debería ser”. Nada nos hace más generosos cuando se
trata de dar nuestro óbolo para la lucha contra el cáncer que la vista de los
estragos que causa el terrible mal entre los buenos. Nuestro mundo avanza desde el oscuro fondo del caos, de la barbarie y
de la imperfección hacia una meta suprema. El sufrimiento de los buenos ha sido
siempre un factor importante en la elevación moral de nuestra especie.
Edith Cavell (1865 - 1915) enfermera británica condenada a muerte y ejecutada por un pelotón de fusilamiento alemán. GETTY IMAGE
Se ha necesitado que Edith Cavell halla muerto fusilada, Juana de Arco
quemada en una pira, y que millones de seres humanos cayeran víctimas de la
artritis, la tuberculosis, la parálisis, para que nos decidiéramos a hacer
frente a la injusticia y la enfermedad con nuestro dinero, nuestro cerebro y
nuestra sangre.
Ojalá no fueran tan ciertas como son conmovedoras las palabras de Cyrus
Bartol acerca del sufrimiento: “¡Cuántos
dolores y cuántas lágrimas ha costado cada paso por la senda del progreso
humano! Cada milímetro está santificado por el sacrificio de alguna alma noble.
La humanidad ha ido dejando en cada uno de los hitos de su marcha hacia el bien
la huella de sus pies ensangrentados!”.
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