sábado, 8 de agosto de 2020

EN TIEMPOS DE COVID 19 HOY SE CUMPLEN 75 AÑOS DE LA EXPLOSIÓN DE LA BOMBA ATÓMICA




Análisis científicos y de reflexión de la prensa mundial consignada en 1945 sobre el suceso más devastador de la guerra: la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki

LA EXPLOSIÓN QUE CONMOVIÓ AL MUNDO 

Por John J. O'Neill (Redactor de la Sección Científica del "New York Herald Tribune" -1945-


Vista aérea de Hiroshima instantes después de la explosión de Little Boy -Archivo Historia Universal-

Explosiones como las que arrasaron a Hiroshima y Nagasaki el cinco y el ocho de agosto de 1945 nunca habían ocurrido en la tierra; ni en el sol ni en las estrellas tampoco, pues la energía que hacen que estos astros "ardan" proviene de fuentes que la emiten mucho más lentamente de lo que el uranio emite la que causa la explosión de la bomba atómica.

Cuando el uranio estalla, se desprende un número enorme de neutrones en una millonésima de segundo. El número de los que se desprenden de un kilogramo del metal se representa aproximadamente por veintidós seguido de veinticuatro ceros. El presidente de los Estados Unidos dijo que la bomba atómica de Hiroshima era equivalente en números a dieciocho millones de toneladas métricas de TNT (trinitrotolueno). De aquí se deduce que la carga explosiva era de unos nueve kilos U239 (Uranio 239), equivalente a un cubo de aristas de sólo unos 76.000 milímetros, pues este cuerpo es el más pesado que se conoce.

La energía que se desprende del uranio en una explosión es inconcebible. Los neutrones se disparan en toda dirección con velocidad de varios millones de kilómetros por hora. La velocidad disminuye rápidamente; pero a unos ochocientos metros del lugar de la explosión es aún de 1200 kilómetros por hora -cinco veces mayor que la de los más violentos huracanes-.

El aire que empujan delante de sí forma una onda de compresión y un ventarrón tremendo que derriba cuanto encuentra a su paso. Todo lo que hay dentro de una distancia de mil seiscientos metros del lugar de la explosión se funde y se vaporiza. La temperatura que se produce es casi como la de la superficie del sol, y la luz es sumamente intensa. Un aviador que se hallaba a ciento sesenta kilómetros de Hiroshima dijo que la luz despedida por la bomba era "más brillante que la del sol".

Y, en efecto, lo que ocurrió en Hiroshima fue como si un sol de 1600 metros de diámetro hubiera chocado repentinamente con la infeliz ciudad. En tiempos remotos, un fragmento frío de hierro, un aerolito que quizá no tuviera más de 160 metros de diámetro cayó en Arizona y se enterró hasta una profundidad como de 1500 metros. La bomba atómica estalla en el aire, pero antes de llegar al suelo, y no desperdicia energía abriendo un cráter, sino que la ejerce en sentido horizontal.



Algunos sobrevivientes pasan delante de uno de los pocos edificios que quedaron dos días después de la bomba atómica en Hiroshima -Max Desfor- AP 




Algunos han pensado con alarma en la posibilidad de que el hombre vuele el globo terrestre entero en sus experimentos chapuceros encaminados a desencadenar, o poner en libertad, la energía atómica. Más esto no puede ocurrir. Casi todas las sustancias de que se compone la tierra son materias inertes que impiden la propagación de la energía atómica.

Otro temor común es el de que las explosiones de las bombas atómicas hagan tan radiactiva la tierra de las regiones donde ocurran, que no sea posible volver a ocupar tales regiones antes de muchísimos años. Es cierto que la explosión de una bomba atómica aumenta la radiactividad de todas las sustancias de las cercanías; más no lo es que este efecto sea muy duradero; por el contrario, desaparece en poquísimo tiempo. Primero desaparecen los rayos más peligrosos, que cesan, por completo, casi instantáneamente -en una milésima de segundo. 

Sin embargo aquellas explosiones causan presiones, velocidades, temperaturas que hasta ahora no habían producido ni el hombre ni la naturaleza, y cuando los hombres de ciencia estudien con detenimiento las regiones donde estallaron las dos famosas bombas atómicas, notarán, sin duda, que muchos fenómenos inesperados ocurrieron allí.



EDITORIAL "THE NEW YORK TIMES" (1945)

Reloj que se detuvó marcando la hora del desastre de Hiroshima 1945



¿Puede la humanidad desarrollarse con suficiente rapidez para ganar la carrera entre la civilización y la ruina? ¿O surgirán nuevos caudillos sedientos de conquista que no vean en la bomba atómica sino un medio seguro de satisfacer su ambición en un instante, y que digan sotto voce a su pueblo que no corre peligro alguno y que la guerra terminará inmediatamente, con tal que se aseste el primer golpe? Estas son las posibilidades que la humanidad debe ahora reforzarse en impedir para siempre.

Si queremos lograr buen éxito, es preciso que cambiemos nuestros modos de pensar, con rapidez mucho mayor que la con que hasta ahora hemos entrado por nuevos derroteros. Debemos principiar a suprimir, sistemáticamente, o por lo menos a aminorar, todas las causas principales de la guerra. Debemos ensanchar geográficamente el campo de la democracia. Debemos ejercer toda nuestra influencia para limitar o suprimir la dictadura y el despotismo en todo lugar del mundo donde existan o surjan. Debemos combatir el despotismo no tanto para libertar a los oprimidos, por importante que ello sea, cuanto para proteger al resto del mundo. Debemos dar por sentado que ningún pueblo deseará la guerra si se da cuenta de los efectos de la bomba atómica. Lo único que tenemos que temer es que los gobiernos totalitarios, suprimiendo la información, prohibiendo la discusión libre y engañando al pueblo con propaganda falaz, le impidan conocer los hechos a tiempo para escapar del desastre. Donde haya libertad de información, de imprenta y de palabra;_ donde se conozcan los hechos y los gobiernos sean elegidos por votación libre, el pueblo querrá la paz y obligará a sus gobernantes a conservarla.

La bomba atómica está aquí, y la tenemos a nuestra disposición. Es preciso establecer sin demora la mentalidad y las instituciones políticas que den seguridad de que el género humano recibirá los inmensos beneficios de este gran descubrimiento, sin temor de que se convierta en terrible instrumento de devastación. 




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