viernes, 28 de agosto de 2020

EN TIEMPOS DE PANDEMIA Y CRISIS CONOZCA LA MEDICINA ESPIRITUAL DE UNA ESCRITORA QUE NOS ENSEÑA COMO NO DEJARNOS INFLUENCIAR POR LAS PREOCUPACIONES


“MEDICINA ESPIRITUAL” PARA TIEMPOS DIFÍCILES, DE CALAMIDAD SANITARIA

NOS INVITA A “APAGAR” LOS INCENDIOS DE LAS PREOCUPACIONES

Foto Andrea Piackuadio


Pasando revista a la lectura del libro “Así Seremos Diferentes” de Basilea Schlink, publicada por AMS,  elegimos como tema de reflexión espiritual uno de sus capítulos, el 38, titulado “La Preocupación”. Es en nuestro sentir, la llave infalible para estos tiempos de calamidad sanitaria, en donde su comprensión y aplicación por parte de nosotros puede brindarnos los más alentadores resultados en nuestra vida, cuando las preocupaciones tienden a encerrarnos en la habitación asfixiante de los problemas sin solución al alcance. Nos vemos derrotados. Porque solos y limitados no lograremos encontrar la Mano Divina, siempre dispuesta a sostenernos en la confianza de un mañana esperanzador y halagüeño.
  
En nuestra ventana virtual deseamos compartir la fórmula, para quién así la desee aplicar, con el fin de apagar los incendios arrasadores de las negativas preocupaciones  que, debido a la crisis sanitaria por el coronavirus, hoy golpean duramente a la humanidad en su salud y actividad económica y, en lugar de obtener resultados satisfactorios, la conducen al desespero afectando su paz mental y corporal.

A continuación seleccionamos algunos de sus pasajes:

La preocupación es un problema que tienen la mayoría de las personas, esta llega cuando pensamos en el futuro. Consideremos un ejemplo.

Foto: Andrea Piackuadio


Si un padre se enferma y no cuenta con suficiente provisión para sus hijos, la preocupación se apodera de él. ¿Qué les ocurrirá a sus hijos si empeora? ¿Quién los cuidará? O puede haber amenaza de guerras o revueltas. Tal vez haya inflación. Es entonces cuando nos preocupamos en cuanto a si nuestros ahorros menguarán en valor, si tendremos ingresos estables y lo que necesitamos para la vida, si perderemos nuestra seguridad. O comenzamos a preocuparnos por nuestros hijos y su desarrollo interior, especialmente si comienza a hacer cosas que no aprobamos. La preocupación puede surgir por problemas conyugales. Ya sea en lo físico o lo espiritual, en cuestiones públicas o personales, mientras más variedad parezca tener el hombre moderno, más preocupaciones tiene.

Porque nuestro bienestar y el de nuestras familias para el futuro, nunca es completamente seguro, no podemos estar libres de que la preocupación nos pueda asediar. Usualmente lo sentimos por nosotros mismos, porque pensamos que tenemos muchos asuntos por los cuales preocuparnos y eso amarga nuestra vida.

Pero Jesús dice algo diferente acerca de las preocupaciones. Él dice que la preocupación es asunto de los paganos. Surge de una actitud no cristiana (Mt. 6:32). Por tanto, la preocupación es pecado porque significa que nuestros corazones no están arraigados en el reino de Dios; que no lo buscamos por encima de todas las cosas; que no tenemos a Dios como el centro de nuestras vidas.

Pero esto no puede continuar así. Porque entonces Dios dirá que somos paganos que no reconocemos a un Dios viviente, que no somos sus hijos. Si estamos influenciados por el espíritu de la preocupación,  la razón se halla en nuestra incredulidad y en nuestro desaliento. Nos preocupamos porque no creemos que Dios como padre nos cuidará.

Es necesario librarnos de la preocupación. Lo que entristece nuestras vidas no son tanto las necesidades y los verdaderos sufrimientos, sino la preocupación. Por esa razón, debemos llegar al fondo del asunto y descubrir la raíz de la preocupación para pedirle al Señor el modo de vencerla.

El motivo de la ansiedad es el temor a nuestra cruz. El miedo de perder algo de los beneficios que poseemos para el cuerpo o el alma, la seguridad o la comodidad, es lo que alimenta la preocupación. Entonces tendremos que sufrir y no logramos entregarnos a este sacrificio. Queremos protegernos de las cosas físicas que vienen. De modo que nuestros pensamientos de preocupación se centran en buscar el  modo de eludir dificultades.

Por causa de nuestro orgullo pensamos a menudo que podemos manejar nuestra vida por nuestra cuenta, independientemente de la vida de Dios. Cuando llegamos al fin de nuestras posibilidades, nuestras preocupaciones alimentadas por el temor al sufrimiento, comienzan a cautivarnos.

Foto: Geralt 


Por tanto, la forma de comenzar a vencer el pecado de la preocupación consiste en entregarnos al sufrimiento. Debemos aceptar todas las cosas difíciles que están conmoviendo nuestros corazones. En espíritu, debemos sacrificar todo aquello a lo cual queramos aferrarnos de cualquier modo y decir:

“Señor toma mi vida y todo lo que hace que ella sea preciosa para mí: mi salud, mis seres queridos, mi seguridad, mis deseos, y cualquier otra cosa que yo tenga y quiera guardar para el futuro. Rindo mi voluntad a ti, si quieres tomar todo de mí. Ya no me aferraré a nada porque confío en ti mi Dios y Padre. Tú me cuidarás a mí y a mi familia, y nos darás todo lo que necesitamos para el porvenir. Sólo espero tu ayuda. Sé que no me decepcionarás. Hasta ahora siempre me has sostenido y como siempre eres el mismo, también me sostendrán en tiempos difíciles”.

Si podemos imaginar quién es realmente nuestro Padre y declaramos sus maravillosos atributos, entonces toda preocupación desaparecerá a la luz de su omnipotencia y su amor. Cada vez que volvamos a entregarnos al sufrimiento, digámosle a Él:

“Dios mío, Tú eres mi Padre, que amorosamente piensas en todo lo que yo necesito como hijo tuyo. Confío que me darás lo que necesito, especialmente en tiempos de dificultad. Tú me cuidarás Padre mío, me sostendrás. No dejarás que yo sea tentado más de lo que pueda resistir. Como Padre, has preparado un camino para mí y para mi familia. Confío en Ti Padre mío. Tú eres más grande que todas las posibles dificultades que pudieran sobrevenirme. Tú eres más fuerte y me cuidarás”.

Pueblo de Israel pasando el Mar Rojo


Es absolutamente necesario hacer esta oración que dice: “Padre mío confío en ti”, si queremos ser liberados del espíritu de preocupación. De otro modo, este pecado nos llevará a la desgracia, y las preocupaciones “vanas” en realidad se harán visibles. Esto lo podemos observar en los hijos de Israel cuando estaban en el desierto. Estaban llenos de preocupaciones en el sentido de que su futuro sería horrible y perecerían en el desierto. Luego, el Señor dijo que en realidad lo que Israel había declarado con su desconfianza y preocupación les ocurriría: perecerían en el desierto (Nm. 14:28 y siguientes). Pero los que confiaron en Dios y dijeron que El los sostendría, hallaron que en realidad lo hizo. No murieron en el desierto y llegaron a la tierra prometida. ¡Según sea lo que esperamos de Dios, eso ocurrirá! Si estamos llenos de preocupación no esperemos nada bueno de Dios. Por esa razón no experimentaremos las buenas cosas que Dios tiene planeadas para nosotros. Así estamos destruyéndolas por medio de nuestra preocupación, que es lo opuesto de la confianza en el Padre. Este pecado tiene relación con la incredulidad, la cual debemos vencer a toda costa porque realmente nos excluye de la “Tierra Prometida” que contiene la riqueza física, espiritual y bendiciones para nosotros.

Si nos es difícil confiar en el Señor, tener fe y confianza en Él. Debemos comenzar como lo indiqué, describiendo a Nuestro Padre y proclamando que Él nos ayudará. Así se aquietará el espíritu de preocupación. Porque el espíritu de confianza es más poderoso que el de inquietud. Debemos aferrarnos a la promesa que encontramos en la palabra de Dios: “Dejen todas sus preocupaciones a Dios, porque Él se interesa por ustedes” (1P 5:7). Debemos hacer una oración por cada preocupación trayéndola a nuestro Padre, según la exhortación del apóstol Pablo: “No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones” (Fil. 4:6-7).  




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