“MEDICINA ESPIRITUAL” PARA TIEMPOS DIFÍCILES,
DE CALAMIDAD SANITARIA
NOS INVITA A “APAGAR” LOS INCENDIOS DE LAS PREOCUPACIONES
Foto Andrea Piackuadio |
Pasando revista a la lectura del
libro “Así Seremos Diferentes” de Basilea Schlink, publicada por AMS, elegimos como tema de
reflexión espiritual uno de sus capítulos, el 38, titulado “La Preocupación”. Es en nuestro sentir,
la llave infalible para estos tiempos de calamidad sanitaria, en donde su
comprensión y aplicación por parte de nosotros puede brindarnos los más
alentadores resultados en nuestra vida, cuando las preocupaciones tienden a
encerrarnos en la habitación asfixiante de los problemas sin solución al
alcance. Nos vemos derrotados. Porque solos y limitados no lograremos encontrar
la Mano Divina, siempre dispuesta a sostenernos en la confianza de un mañana
esperanzador y halagüeño.
En nuestra ventana virtual deseamos
compartir la fórmula, para quién así la desee aplicar, con el fin de apagar los
incendios arrasadores de las negativas preocupaciones
que, debido a la crisis sanitaria por el
coronavirus, hoy golpean duramente a la humanidad en su salud y actividad
económica y, en lugar de obtener resultados satisfactorios, la conducen al
desespero afectando su paz mental y corporal.
A continuación seleccionamos
algunos de sus pasajes:
La preocupación es un problema que
tienen la mayoría de las personas, esta llega cuando pensamos en el futuro.
Consideremos un ejemplo.
Foto: Andrea Piackuadio |
Si un padre se enferma y no cuenta
con suficiente provisión para sus hijos, la preocupación se apodera de él. ¿Qué
les ocurrirá a sus hijos si empeora? ¿Quién los cuidará? O puede haber amenaza
de guerras o revueltas. Tal vez haya inflación. Es entonces cuando nos
preocupamos en cuanto a si nuestros ahorros menguarán en valor, si tendremos
ingresos estables y lo que necesitamos para la vida, si perderemos nuestra
seguridad. O comenzamos a preocuparnos por nuestros hijos y su desarrollo
interior, especialmente si comienza a hacer cosas que no aprobamos. La
preocupación puede surgir por problemas conyugales. Ya sea en lo físico o lo
espiritual, en cuestiones públicas o personales, mientras más variedad parezca
tener el hombre moderno, más preocupaciones tiene.
Porque nuestro bienestar y el de
nuestras familias para el futuro, nunca es completamente seguro, no podemos
estar libres de que la preocupación nos pueda asediar. Usualmente lo sentimos
por nosotros mismos, porque pensamos que tenemos muchos asuntos por los cuales
preocuparnos y eso amarga nuestra vida.
Pero Jesús dice algo diferente
acerca de las preocupaciones. Él dice que la preocupación es asunto de los
paganos. Surge de una actitud no cristiana (Mt. 6:32). Por tanto, la preocupación es pecado porque significa que nuestros
corazones no están arraigados en el reino de Dios; que no lo buscamos por encima
de todas las cosas; que no tenemos a Dios como el centro de nuestras vidas.
Pero esto no puede continuar así.
Porque entonces Dios dirá que somos paganos que no reconocemos a un Dios viviente,
que no somos sus hijos. Si estamos
influenciados por el espíritu de la preocupación, la razón se halla en nuestra incredulidad y
en nuestro desaliento. Nos
preocupamos porque no creemos que Dios como padre nos cuidará.
Es necesario librarnos de la
preocupación. Lo que entristece nuestras vidas no son tanto las necesidades y
los verdaderos sufrimientos, sino la preocupación. Por esa razón, debemos
llegar al fondo del asunto y descubrir la raíz de la preocupación para pedirle
al Señor el modo de vencerla.
El motivo de la ansiedad es el
temor a nuestra cruz. El miedo de perder algo de los beneficios que poseemos
para el cuerpo o el alma, la seguridad o la comodidad, es lo que alimenta la
preocupación. Entonces tendremos que sufrir y no logramos entregarnos a este
sacrificio. Queremos protegernos de las cosas físicas que vienen. De modo que
nuestros pensamientos de preocupación se centran en buscar el modo de eludir dificultades.
Por causa de nuestro orgullo pensamos a menudo que podemos manejar
nuestra vida por nuestra cuenta, independientemente de la vida de Dios. Cuando
llegamos al fin de nuestras posibilidades, nuestras preocupaciones alimentadas
por el temor al sufrimiento, comienzan a cautivarnos.
Foto: Geralt |
Por tanto, la forma de comenzar a
vencer el pecado de la preocupación consiste en entregarnos al sufrimiento. Debemos
aceptar todas las cosas difíciles que están conmoviendo nuestros corazones. En
espíritu, debemos sacrificar todo aquello a lo cual queramos aferrarnos de
cualquier modo y decir:
“Señor toma mi vida y todo lo que hace que ella sea preciosa para mí: mi
salud, mis seres queridos, mi seguridad, mis deseos, y cualquier otra cosa que
yo tenga y quiera guardar para el futuro. Rindo mi voluntad a ti, si quieres
tomar todo de mí. Ya no me aferraré a nada porque confío en ti mi Dios y Padre.
Tú me cuidarás a mí y a mi familia, y nos darás todo lo que necesitamos para el
porvenir. Sólo espero tu ayuda. Sé que no me decepcionarás. Hasta ahora siempre
me has sostenido y como siempre eres el mismo, también me sostendrán en tiempos
difíciles”.
Si podemos imaginar quién es
realmente nuestro Padre y declaramos sus maravillosos atributos, entonces toda
preocupación desaparecerá a la luz de su omnipotencia y su amor. Cada vez que
volvamos a entregarnos al sufrimiento, digámosle a Él:
“Dios mío, Tú eres mi Padre, que amorosamente piensas en todo lo que yo
necesito como hijo tuyo. Confío que me darás lo que necesito, especialmente en
tiempos de dificultad. Tú me cuidarás Padre mío, me sostendrás. No dejarás que
yo sea tentado más de lo que pueda resistir. Como Padre, has preparado un
camino para mí y para mi familia. Confío en Ti Padre mío. Tú eres más grande
que todas las posibles dificultades que pudieran sobrevenirme. Tú eres más fuerte
y me cuidarás”.
Pueblo de Israel pasando el Mar Rojo |
Es absolutamente necesario hacer
esta oración que dice: “Padre mío confío
en ti”, si queremos ser liberados del espíritu de preocupación. De otro
modo, este pecado nos llevará a la desgracia, y las preocupaciones “vanas” en
realidad se harán visibles. Esto lo
podemos observar en los hijos de Israel cuando estaban en el desierto. Estaban
llenos de preocupaciones en el sentido de que su futuro sería horrible y
perecerían en el desierto. Luego, el
Señor dijo que en realidad lo que Israel había declarado con su desconfianza y
preocupación les ocurriría: perecerían en el desierto (Nm. 14:28 y siguientes).
Pero los que confiaron en Dios y dijeron que El los sostendría, hallaron que en
realidad lo hizo. No murieron en el desierto y llegaron a la tierra prometida.
¡Según sea lo que esperamos de Dios, eso ocurrirá! Si estamos llenos de
preocupación no esperemos nada bueno de Dios. Por esa razón no experimentaremos
las buenas cosas que Dios tiene planeadas para nosotros. Así estamos
destruyéndolas por medio de nuestra preocupación, que es lo opuesto de la
confianza en el Padre. Este pecado tiene relación con la incredulidad, la cual
debemos vencer a toda costa porque realmente nos excluye de la “Tierra Prometida”
que contiene la riqueza física, espiritual y bendiciones para nosotros.
Si nos es difícil confiar en el
Señor, tener fe y confianza en Él. Debemos comenzar como lo indiqué,
describiendo a Nuestro Padre y proclamando que Él nos ayudará. Así se aquietará
el espíritu de preocupación. Porque el espíritu de confianza es más poderoso
que el de inquietud. Debemos aferrarnos a la promesa que encontramos en la
palabra de Dios: “Dejen todas sus
preocupaciones a Dios, porque Él se interesa por ustedes” (1P 5:7). Debemos
hacer una oración por cada preocupación trayéndola a nuestro Padre, según la exhortación
del apóstol Pablo: “No se aflijan por
nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias
también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede
entender; y esta paz cuidará sus corazones” (Fil. 4:6-7).
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