“QUIÉN CREE EN TI, SEÑOR, NO MORIRÁ PARA SIEMPRE”
Y estas palabras de un hijo predilecto de la Iglesia católica operaron como un despertador en nuestras almas, conmoviendo lo más profundo de nuestras fibras porque, regularmente, al encontrarnos tan absorbidos por los afanes de la vida, no llegamos a discurrir acerca del fin último de nuestras existencias. Decía el clérigo: “Quizá, para algunos de los que están aquí en esta celebración litúrgica, sea esta su última Semana Santa que vivan en esta tierra”. Entonces, nos miramos unos a otros, incrédulos o escépticos de que el inesperado visitante, la muerte, pudiera venir a arrancarnos de este mundo para siempre.
Ciertamente, así fue. Y personas cercanas, conocidas, familiares o no, partieron antes de cumplir otra fecha de la Semana Mayor para entrar a la Pascua eterna. Pero, viendo la trascendentalidad y lo pasajeras que son nuestras vidas, más que el temor a morir, es cómo hemos gastado nuestras vidas, siendo mejores personas y sirviendo a los demás, u otro no ha sido nuestro desgastante afán que conseguir nuestros intereses egoístas, no importando por sobre quién debamos pasar y cuánto daño ocasionemos a ese hermano que, a lo mejor, jamás, nada malo nos ha hecho.
Alguien muy acertadamente afirmó: “No importa cómo se muere, de qué se muere, cuándo se muere o dónde se muere, importa es cómo hemos vivido”.
Miraba el cirio encendido, cuando todavía el templo físico terrenal, que aglutinaba a buen número de fieles, estaba en penumbras. Observaba su estática y viva llama y reflexionaba: “¿Será esta mi última Semana Mayor? ¿Por fin he entendido, con humildad, que Nuestro Señor en el leño de la Cruz por amor a la humanidad entregó su vida por mí, por ti, por todos, para redimirnos, transformarnos, purificarnos y comprender que Él es la luz del mundo que vino para disipar nuestras tinieblas, rescatándonos de senderos de maldad que nos alejan de su amistad?
Él, al donar voluntariamente su vida por nosotros, derrotó la muerte, nos liberó de la esclavitud del mal y nos condujo por el camino esperanzador de la resurrección. ¿Comprendemos la magnitud de su sacrificio?
Entonces, en medio de estas meditaciones se encendieron las lámparas de la Iglesia anunciando que Jesús ingresaba triunfal resucitado y ratificando, una vez más, “Yo Soy la luz del mundo”, quién me sigue y cree en Mí vivirá, no morirá para siempre”. (Juan 8:12)
Esta Semana Santa ha sido bien singular porque, acercándose esta fecha histórica de la salvación humana, gran número de personas por intempestivas hecatombes naturales o desastres ocasionados por el hombre han dado el paso definitivo de esta vida a la otra, especialmente, para los cristianos católicos que, en este tiempo de Pascua, de la Resurrección de Jesús, el año de la Esperanza, debimos despedir al Papa Francisco, quien inició su Pascua, al dar su Gran Paso de la muerte a la vida, hacia el Templo Vivo, a la alegría de la Gloria Eterna, al encuentro definitivo con Dios, siendo el Pontífice de la fraternidad, quien nos invitó a caminar juntos al encuentro con los hermanos sufrientes en Sinodalidad.
Y entendemos que, en cada Semana Mayor, en la victoria de la resurrección, Dios nos invita a comenzar nuestro camino de resurrección, siguiéndolo a Él, decidirnos por el Mesías y envueltos así por su luz, luchar por ahogar las sombras que desfiguran, debilitan y oscurecen nuestras almas y nos separan de su amor.
Volvió a mi mente otra sentencia bíblica: “Yo Soy la resurrección y la vida, él que cree en Mí, aunque muera, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. (Juan 11: 25-26) Entonces, esta Pascua debe marcar la diferencia en nuestras finitas existencias, porque no sabemos si sea esta la última. Y cavilaba: “Colombia, nuestra única Patria, país creyente, por excelencia, merece que los colombianos nos tomemos en serio este tiempo de Pascua, fiesta de resurrección, porque está muy mal herida, continúa en modo Pasión, y en medio del caos en que se vive, se ultraja, se flagela a Quien lo diera todo por la supervivencia de nuestras almas, nuestro Redentor”.
Y pensaba: ¿Cuándo nuestra azotada Patria resucitará? Según el estado actual de cómo marchan las situaciones, de continuas luchas fratricidas, no sólo en Colombia, sino en el mundo, nuestra respuesta es desoladora. Es pesimista. Es desesperanzadora. Es muy contraria a la afirmación bíblica: “Quién cree en Ti Señor, no morirá para siempre”.
CREER EN TÍ SEÑOR
Por eso, creemos que la alegría de nuestra resurrección se puede traducir en las siguientes consideraciones: Creer en Ti Señor es adoptar tus enseñanzas que propenden por defender la dignidad humana. Enseñanzas que son inmanentes, permanecen en el tiempo y en la distancia. Son ayer, mañana y siempre. Las verdades del Evangelio son innegociables, aunque estemos amparados en la excusa de estar a tono con la desfachatez de los modernismos destructivos actuales, aplaudiendo, consintiendo y acunando el pecado y asumiéndolo como una actitud normal, victoriosa e inofensiva.
Creer en ti Señor no es hacer parecer lo malo como bueno. Es no meterse con la inocencia, con lo que le duele más al Corazón de Jesús, sus niños. Matar su pureza, desde los mensajes subliminales, premeditados y descarados que los bombardean en medios audiovisuales, tecnológicos e impresos. Mal pretenden desviar su diseño original, pisoteando las flores más sutiles y perfumadas del jardín virginal de la Creación divina.
En Colombia, nuestro mancillado país, vemos como la agenda globalista, contraria a Dios, busca arrebatarles la patria potestad sobre sus hijos a sus angustiados padres.
Niña reclutada. Global Joumalist
Creer en Ti Señor no es reclutar forzosamente a nuestros niños colombianos en las filas de milicias armadas ilegales, siendo escudos humanos, futuros sicarios o suicidas de esperanzas perdidas.
Creer en Ti Señor no es expulsar y destruir la vida de nasciturus, nefando crimen, cuando sólo a las mujeres les has conferido la atribución milagrosa de ser madres, por sobre otras que no lo han podido ser.
Creer en Ti Señor es ver a los habitantes de ciudades, municipios, veredas y pueblos andar por sus calles sonrientes, amables, sin temor a que las facciones insurgentes, auspiciadas por lo ilegal, secuestren su paz y felicidad, porque hoy sus tenebrosas sombras cubren cerca de seiscientos municipios de los mil ciento treinta existentes, ampliando su dominio territorial y sus cultivos ilícitos, convirtiendo a Colombia en un narco estado que desplaza a comunidades y diezma a la Fuerza Pública y al Orden Público, garantes de nuestra seguridad.
Creer en Ti Señor es extraer la miseria del corazón humano, para poder sacar al hombre de sus propias miserias, inestabilidades e inequidades sociales.
Creer en Ti Señor es no desvirtuar y hacer uso caricaturesco y abusivo, por parte de gobiernos de turno de las figuras impolutas y valientes de los renombrados próceres de nuestra historia, verbigracia el Libertador Bolívar, para respaldar sus desatinadas, mohosas y peligrosas narco dictaduras que van en contra de la libertad y la democracia de nuestras emancipadas naciones, porque con sus respetables espadas, símbolo de libertad y que fueron desenvainadas sólo para librar incontables y justas batallas, se disolvió la esclavitud centenaria del despotismo y la infame tiranía.
Creer en Ti Señor es poner a salvo la seguridad de la nación, sin frenar el vuelo de helicópteros y aviones, nuestra defensa militar contra las organizaciones desestabilizadoras de la soberanía territorial que, hoy, pareciera irónico, llevan el superlativo nombre de Fuerza Aeroespacial Colombiana, en contraste con los aparatos de vuelo hoy arrumados e inservibles por falta de mantenimiento.
Creer en Ti Señor es defender con el alma la noble misión de hombres y mujeres -soldados y policías- que decidieron, un buen día, ser los escuderos de la Patria contra las huestes criminales que violan constantemente su Soberanía y su Seguridad ciudadana. Son los que vierten inútilmente su sangre, junto con incautos civiles por Colombia, siendo los sembradores de paz.
Creer en Ti Señor es amar y defender por todos los medios la institución familiar, la que heredamos directamente, por orden divino, de la perenne familia de Nazaret.
Creer en Ti Señor es proteger y motivar a los colombianos de bien, que se desvelan haciendo empresa, abriendo fuentes de trabajo. Es no destruir a dentelladas lo sembrado con esfuerzo, agobiando con cargas tributarias impositivas a quiénes sí creen, apuestan y construyen país. Mientras en nombre de desilusionantes acuerdos de paz, desde el 2016, los colombianos han desembolsado, al parecer, para los supuestos grupos desmovilizados -unos trece mil- alrededor de ochenta billones de pesos, fortaleciendo, probablemente, más la delincuencia y sus fechorías.
Tal dilapidación se suma a los cerca de ochocientos mil millones de pesos que costaría la polémica e ilusoria consulta popular, cuando el país atraviesa una grave crisis fiscal. Con esos billonarios recursos tendríamos marchando a todo vapor nuestro frágil tejido empresarial, generando más puestos de trabajo, sacando de urgencias a nuestro decadente sistema de salud e inyectando créditos y auxilios para la educación de los jóvenes y el tejido humano más desamparado y vulnerable de nuestra sociedad.
“Quien cree en Ti, Señor, no morirá para siempre”. Resucitará a una vida nueva, donde el Maestro Jesús en su sacrificio, vertiendo su sangre en la Cruz, apostó todo por salvarnos. Pero, en Colombia, ciertos grupos sumergidos en el caos, administradores y politiqueros mañosos, transgreden continuamente la alianza de Amor que hizo con nosotros a su paso por este mundo, violando el orden institucional y constitucional, a los órganos legislativo y de justicia, además de permitir, a diario, se atente contra el valor insustituible de la vida.
¿Hasta cuándo seguirán cargando con el fardo de sus iniquidades? Ojalá, y esta es la esperanza que nos queda, que esta nueva Pascua haya tocado los corazones de todos los colombianos, en especial, de los descreídos, de los alejados, de los sin fe y de los que la tienen pero muy tibia y sigamos a Jesús, Camino, Verdad y Vida, para resucitar en pos de una vida restaurada, convertida, dejando atrás hábitos erráticos que nos alejan de las mieles de la Pascua celestial. Nos precipitan, aún cuando algunos no lo crean, en las profundidades de un averno sin escapatoria o de un consolador purgatorio del que, algún día, gracias a las oraciones de otros, saldaremos nuestras culpas.
Así las cosas y organizando bien las cuentas, ¿no les parece que resulta más ganancioso trabajar por la dichosa vida eterna que nos espera, dejando de lado los tentadores y efímeros caminos de acciones ruines, devastadoras, delincuenciales y corruptas, de espejismos engañosos presentes en esta vida terrenal? (Textos revista LLAMAS)
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