jueves, 1 de mayo de 2025

!COLOMBIANOS! RECORDEMOS LAS PALABRAS DE NUESTRO EGREGIO LIBERTADOR, SIMÓN BOLÍVAR: “No envainaré jamás la espada, mientras la libertad de mi Patria no esté completamente asegurada”.

 


LAS ESPADAS ESCARLATA DE CORAJUDOS SOLDADOS COLOMBIANOS, DESDE EL CIELO SEGUIRÁN DESENVAINADAS HASTA LOGRAR NUESTRA ANSIADA LIBERTAD

 


¿Qué representa la espada cuando Dios la pone en las manos indicadas de personajes históricos de carne y hueso que, al usarla, redimieron a sus pueblos salvándolos de la barbarie de reinos que no quisieron otra cosa que sembrar el terror en su gente, saqueándolos, violándolos, asesinándolos y persiguiendo su fe y sus tierras?

La historia mundial, de las epopéyicas batallas libertadoras, guarda con celo desde las espadas originadas por la ficción como la de la famosa leyenda de Excalibur, o la Kusanagi-No-Tsurugi de la mitología japonesa de los dioses, hasta las espadas de la vida real como Joyeuse - significa feliz-  de Carlomagno. Tizona, del Mio Cid Campeador o Durendal de Roldán.

Estos casi que legendarios míticos guerreros armados de fe, valor y su afilada compañera de aventuras bélicas, su  espada, conquistaron la cima de la gloria, devolviéndole a sus coterráneos y territorios las prendas más codiciadas del espíritu humano: la paz, el orden, la reconquista de la cristiandad, la tranquilidad y la libertad.

Echando una mirada a relatos épicos antiguos, compendiados en las Sagradas Escrituras, como el libro de los Macabeos (siglo II A.C.), allí se narra la historia apasionante de una familia sacerdotal judía que, después de enfrentar diversas contiendas, logró la independencia contra los seleúcidas, gobernados por el tirano Antíoco IV, dando lugar a la dinastía levítica, los Asmoneos, de la cual se dice fueron sus fundadores los Macabeos.

Este es un período que se caracterizó por el enfriamiento del fervor religioso de los judíos, contaminados por el paganismo griego que pretendía reemplazar las instituciones mosaicas por las helénicas.

Los Macabeos es el recuento de las justas heroicas en las que intervienen Matatías y sus cinco hijos, uno de los cuales, Judas, apellidado el Macabeo, va a destacarse como el guerrero ungido por Dios para derrotar al rey Antíoco y sus herejías que afectaron a las ciudades de Jerusalén y a Judá, imponiéndoles el sacrificio de ídolos, profanación del sábado y que se manchasen sus almas con todo género de impureza y abominación. De no acatar sus malvadas órdenes eran condenados a muerte.

Matatías y sus hijos juraron vivir conforme a la alianza de sus padres, siguiendo la ley y sus preceptos.



De Judas Macabeo, el hijo que adquirió renombre por sus grandes e insólitas victorias, el Libro Sagrado cuenta: “Y dilató la gloria de su pueblo, y como héroe se vistió de coraza, y se ciñó sus armas para guerrear, y trabó batallas, protegiendo con su espada el campamento”. (Cap 3: 1,3)

Pero, aunque los ejércitos enemigos de los gentiles le aventajaban en número de hombres y armas, Judas obtenía victorias inconcebibles.

De esto da cuenta el pasaje bíblico I Macabeos Cap 4: 6,11: “En cuanto fue de día apareció Judas en el llano con tres mil hombres, que no tenían ni los escudos ni las espadas que deseaban. Vieron el campamento de los gentiles, fuerte, atrincherado, rodeado de la caballería, formada por hombres diestros en la guerra.

Dijo Judas a los que le acompañaban: “No temáis a esa muchedumbre, ni su ímpetu os acobarde. Recordad como fueron salvados nuestros padres en el mar Rojo, cuando el Faraón los perseguía con su ejército.

“Levantemos al cielo nuestra voz, en la esperanza de que se compadezca de nosotros y, acordándose de la alianza con nuestros padres, aplaste hoy ante nuestros ojos este campamento, y conocerán todas las gentes que hay quien rescata y salva a Israel”. (Cap 4: 8,11)

Resolvieron disponerse a la guerra, orando y pidiendo a Dios clemencia y misericordia. 

Y Judas motivaba así a su limitado ejército: “Fácil cosa es entregar una muchedumbre en manos de pocos, que para el Dios del cielo no hay diferencia entre salvar con muchos o con pocos, y no está en la muchedumbre del ejército la victoria de la guerra: del cielo viene la fuerza”. (Cap 3: 18,19)

Por este vívido pasaje constatamos una realidad indiscutible, cómo Dios protege a los que le son leales y coloca en sus manos las espadas de la libertad, que después de derrotar a los impíos reposan en sus vainas el sueño bien ganado por sus cientos de épicas luchas, de epopeyas guerreristas, cuando la justicia sin demora viene de arriba y doblega a los orgullosos e insensatos saqueadores. Los rebelados contra la fe de los pueblos y su paz.

Espadas que combatieron, sin tregua, como las de Judas Macabeo y Simón Bolívar. Este último, con sensatez sostenía que sólo se envainaba la espada en períodos de paz.



Bolívar, con apenas veintidós años, solo enfundó su espada cuando cumplió su famoso juramento realizado el 15 de agosto de 1805 en el Monte Sacro en Roma, Italia, acompañado de su profesor, de su entrañable tutor y ¿por qué no? casi padre, Simón Rodríguez y de su primo Fernando Rodríguez del Toro.

Y de pie, con gesto firme y tono solemne, mirando fijamente a Simón Rodríguez hace su inviolable juramento: “Juro delante de Usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor y juro por mi patria que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.

Dicen algunos de sus biógrafos e historiadores: “Por ello, no envainó su espada hasta ver a su pueblo libre de injusticia, porque su espada y su genio no fueron usadas para conquistar, dominar o tiranizar, sino para dar la independencia y la libertad a los pueblos”.

Expresaba así el Libertador: “La libertad encendió en mi seno este fuego sagrado”...

“No envainaré jamás la espada, mientras la libertad de mi Patria no esté completamente asegurada”. (Discurso de enero de 1814)

En su discurso ante el Congreso de Colombia Villa del Rosario de Cúcuta 5 de octubre de 1821, esto manifestó: “Yo siento la necesidad de dejar el primer puesto de la Republica, al que el pueblo señale como el jefe de su corazón. Yo soy el hijo de la guerra; el hombre que los combates han elevado a la  magistratura: la fortuna me ha sostenido en este rango y la victoria lo ha confirmado. Pero no son estos los títulos consagrados por la justicia, por la dicha y por la voluntad nacional. La espada que ha gobernado a Colombia no es la balanza de Astrea, es un azote del genio del mal que algunas veces el cielo deja caer a la tierra para el castigo de los tiranos y escarmiento de los pueblos. Esta espada no puede servir de nada el día de la paz y este debe ser el último de mi poder, porque así lo he jurado para mí, porque lo he prometido a Colombia, y porque no puede haber república donde el pueblo no esté seguro del ejercicio de sus propias facultades”...

Los heroicos espadachines de estos tiempos llevan sus espadas de fuego de paz y de libertad en su corazón. Comienzan siguiendo las huellas indelebles del Sembrador de la paz, Jesús. Aman sus Patrias y las rescatan de las miserias humanas y económicas, de la enfermedad y de la inseguridad. Y blanden sus espadas de justicia contra esas plagas destructivas.

Equilibran la balanza de la justicia y la paz, conquistando para sus pueblos la esquiva felicidad.



Nuestra Fuerza Armada y Fuerza Pública, custodios de la seguridad nacional, aunque la traición y la muerte los quiera  del universo borrar, su sangre corre sin desmayo, convirtiéndose en las espadas escarlata que, con justicia divina, nos asegurarán de nuevo la libertad, otrora conquistada por el precursor de la independencia de América, el genio militar, Bolívar, porque estos heroicos guerreros colombianos no han sido vencidos. Su sangre es espada certera de victoria, aunque a los colombianos nos duele y las lágrimas, sin fin, vertemos por su infame martirio.

En paz triunfaron sobre la muerte, la ignominia y el mal. Son los soldados guerreros, espadachines eternos, que la Parca no derrota, porque el ataque a mansalva, aleve y cobarde, aunque nos indigna, ellos serán para siempre, nuestros héroes inmortales que, desde las infinitas esferas celestiales, continuarán desenvainados sus espadas de coraje hasta obtener para Colombia la tan anhelada paz y libertad. (Textos revista LLAMAS)    

 

 

 

 

   

 

 

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