EL SUCESOR DE PEDRO, EMBAJADOR DE PAZ, DIÁLOGO Y UNIDAD EN TIEMPOS DE GUERRA Y DICTADURAS HUMANAS
Foto AP
Ese ocho de mayo 2025, día de la Virgen de Luján, Patrona de Argentina, los ojos del mundo se volcaron hacia la Santa Sede, en el Estado más pequeño de la tierra, el Vaticano, enclavado en la Ciudad de Roma, Italia. Y mientras esperábamos humo blanco para conocer quién sería el próximo Pastor de los cerca de mil cuatrocientos millones de católicos en el planeta, observábamos un hecho inusual, una hermosa gaviota blanca de alas grises y sus polluelos, junto a la chimenea de las fumatas. Su presencia, presagiaba que el seleccionado para llevar el Cayado de Pedro sería el apacentador de sus ovejas, el apóstol de la familia y de la paz.
A medida que pasaba el tiempo la expectación crecía. Alrededor de cien mil personas en la Plaza de San Pedro, en medio de vítores, cantos y aplausos reclamaban la salida del Buen Pastor, del Vicario de Cristo en la tierra, el Papa número 267 de la Iglesia Católica.
La multitud emocionada, ondeando sus banderas, representación colorida, única de cada país, gritaba: ¡Viva el Papa! ¡Viva el Papa! La impaciencia por conocerlo aumentaba. Al fin, la cortina roja del balcón central en la fachada principal del Vaticano, en la Plaza de San Pedro, fue descorrida y el misterio de quién, de los 133 cardenales, sería por designio divino, el sucesor de Pedro, se despejó.
Aparece, entonces, en ese vistoso ventanal, precedido por la cruz El nuevo Santo Padre, el Emisario del Cielo, vestido con los ornamentos tradicionales papales: sotana blanca, cubierta con la muceta roja que comunica autoridad y la estola papal -emblema de los poderes sagrados como guía de la Iglesia-. La cruz pectoral con cordón dorado, el anillo del pescador y calzando zapatos rojos, la sangre de los mártires.
Nacido en Chicago, Estados Unidos, el cardenal agustino, Robert Francis Prebost, fue durante cerca de veinte años misionero y obispo en Chiclayo, al norte de Perú. Tiene nacionalidad peruana. En su corazón laten dos culturas: la latinoamericana y la estadounidense.
Es un hombre de aspecto calmado. Sonriente saluda a la concurrencia de fieles que se encuentran en el Foro de San Pedro y a los miles de espectadores que lo observan por televisión y los medios tecnológicos. Levantando su mano derecha imparte la bendición “urbi et orbi”.
Su nombre no estaba entre los favoritos para ser elegido por el Colegio Cardenalicio como el Sumo Pontífice. Para llevar el cayado de Pedro, pero sí era el favorito del Espíritu Santo.
Se dice de él que expresa equilibrio, armonía. Es el misionero, el Obispo educador, poliglota, culto, doctorado en derecho canónico, matemático y filósofo, formador de seminaristas, párroco misionero en el Dicasterio para los Obispos.
Su rostro noble, refleja la emoción y la alegría serena de ser la roca capaz de sostener la Iglesia de Cristo en estos apremiantes tiempos en que, el mundo, se halla en medio de una lucha en defensa por la vida y por recuperar los valores, las sanas costumbres y la fe.
En su discurso aseguró que la humanidad necesita de Cristo, de su luz, siendo el puente que nos lleva a Dios y a su amor.
El cardenal elegido, el agustino Robert Francis Prevost, de ahora en adelante, llevará el nombre de León XIV. Su antecesor, León XIII, escribió, hace más de ciento treinta años, la muy citada encíclica social “Rerum Novarum” “De las Cosas Nuevas”.
Mientras sonreía a la concurrida grey, sus ojos café oscuro estaban totalmente anegados en lágrimas. ¡Estaba conmocionado!
Al dirigirse a los fieles, de diferentes partes del orbe, se puede vislumbrar que su papado será un puente de paz, de justicia, de diálogo, de unidad, de amor de Dios, donde el mal, según sus alentadoras impresiones, no prevalecerá. Propósitos, estos, muy acordes con los convulsionados momentos que atraviesa el mundo de fragmentadas guerras en casi todos los lugares de la tierra.
Estas son sus primeras palabras:
“¡La paz esté con todos vosotros!
Queridísimos hermanos y hermanas,
Este el primer saludo de Cristo Resucitado, el
Buen Pastor que dio la vida por el rebaño de Dios.
También yo quisiera que este saludo de paz
entrara en sus corazones, llegara a sus familias,
a todas las personas, dónde quiera que estén,
a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz
esté con vosotros!
“Esta es la paz de Cristo Resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente. Aún conservamos en nuestros oídos esa voz débil, pero
siempre valiente del Papa Francisco que bendecía a Roma. ¡El Papa que bendecía a Roma daba su bendición al mundo, al mundo entero, aquella mañana del día de Pascua!
“Permitidme dar continuidad a esa misma bendición: ¡Dios nos quiere, Dios os ama a todos, y el mal no prevalecerá! ¡Estamos todos en las manos de Dios! Por lo tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante. ¡Somos discipulos de Cristo!
Cristo va delante de nosotros. El mundo necesita su luz. La humanidad necesita de Él como el puente para ser alcanzada por Dios y su amor. Ayudadnos, también, vosotros, luego los unos a los otros, a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un sólo pueblo siempre en paz.
¡Gracias al Papa Francisco!
“Quiero agradecer, también, a todos los hermanos cardenales que me han elegido para ser sucesor de Pedro y caminar junto a vosotros, como una Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, tratando siempre de trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio, para ser misioneros. Soy hijo de San Agustín, agustino, que dijo: ‘Con vosotros soy cristiano y para vosotros obispo’. En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado.
“¡A la Iglesia de Roma, un saludo especial! (aplausos) Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia que construye puentes, el diálogo, siempre abierta a acoger como esta plaza con los brazos abiertos. Todos, todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor.
“Y si me permitís también, una palabra, un saludo a todos aquellos y en modo particular a mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo. (Estas palabras las pronunció en español)
“A todos vosotros, hermanos y hermanas de Roma, Italia, de todo el mundo, queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que busca siempre estar cerca especialmente de quiénes sufren. Hoy es el día de la Súplica a la Virgen de Pompeya. Nuestra Madre María quiere siempre caminar con nosotros, estar cerca, ayudarnos con su intercesión y su amor.
“Entonces, quisiera rezar con vosotros. Recemos juntos por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz en el mundo, y pidamos esta gracia especial a María, nuestra Madre”.
¿QUIÉN ES ESE SER HUMANO?
¿Quién es ese ser humano, escogido por voluntad divina para ser el embajador de la fe ante el mundo, tocando todos los corazones, sin distinción alguna, para depositar en estos lo que el Hijo de Dios, en su meteórica existencia nos legó con paciencia, amor, hasta donar su valiosa vida en sacrificio en un tosco madero y con Su dirección espiritual salvar al hombre de su inminente perdición en la vorágine de conflictos, de enfriamiento de la fe y tribulaciones?
¿A quién destinó Dios para que, desde el reconocido Faro de la Fe, el Trono del Pontificado, la Ciudad del Vaticano en Roma, Italia, - rodeada de basílicas, templos, capillas, magnificas obras de arte que enseñan la devoción a la Santísima Trinidad y a la Santísima Virgen María- comunicara las Palabras inspiradas por el Espíritu Santo del Evangelio y para que todos, sin excepción, los gobernantes de la Tierra, equivocados o no, buenos o malos, dictadores, pacifistas o demócratas, buscaran, sin titubear, un encuentro, una audiencia con, sin lugar a dudas, la figura más respetada en el mundo espiritual católico? Ese es el llamado Vicario de Cristo, el Obispo de Roma, el digno Sucesor de Pedro, el Papa.
A quien no sólo le corresponde debatirse con la maravillosa misión de conquistar muchas vidas, llevar muchas ovejas al redil, convirtiéndolas al amor de Cristo y compartiendo al mundo los siempre vigentes mensajes Evangélicos, sino administrar con, excepcional dirección, el más pequeño país del planeta con 0.44 kilómetros cuadrados, sede de la Iglesia católica, la ciudad del Vaticano.
DESPROVISTOS DE LAS AGUAS VIVAS DE LA FE
La tarea del Papa es lograr que crezcamos en espiritualidad. Nuestra verdadera esencia, evitando que los espejismos baladíes, mundanos, devoren nuestra rica vida interior, perdiéndonos como aquellos huesos secos, tirados en un desierto, tal y como lo describe el pasaje de Ezequiel en la Palabra de Dios (37: 1,14).
Porque, nosotros como seres humanos al estar alejados de Dios, como el pueblo de Israel, mencionado en este mensaje bíblico, nos encontramos en un eterno exilio, en una eterna desesperación y Dios le dice a Ezequiel que profetice sobre los huesos, con el fin de que se unan y se levanten. Es el renuevo y la restauración para Israel. También, podría asimilarse a la tarea misional del Siervo de los siervos de Dios, de reconstruir y unir los pueblos del orbe para no terminar como esos huesos secos, abandonados, muertos, sin alimento y desprovistos de las aguas vivas de la fe.
Es tan importante la elección del Papa para el mundo católico que Nuestro Señor Jesucristo, en su breve paso por nuestra historia humana, le colocó tamaña responsabilidad de ser el primer Pastor, de conducir la Barca de su Iglesia a un humilde pescador, a Simón Pedro, quien pasó de extraer peces del agua, a capturar en las redes invisibles de su misión apostólica a miles de judíos, en su momento.
¿ERA PEDRO EL HOMBRE INDICADO PARA PORTAR LAS LLAVES DEL CIELO?
¿Y era Pedro, el discípulo de Jesús, el hombre indicado para portar las Llaves del Cielo, de la Iglesia y ser el primero en ocupar la anhelada Silla Papal? No lo decimos, de ninguna manera, porque fuera un humilde empresario pesquero, quizá, con muchos conocimientos sobre su oficio y su comprensión de las épocas en que se facilitaba hacer una fabulosa redada, ni tampoco, porque al convertirse en discípulo de Jesús aprendiera con parábolas las profundas y sencillas enseñanzas de cómo hacer el bien y agradar a Dios, cumpliendo sus mandamientos y sirviendo al prójimo, sino porque a medida que caminaba con el Señor y cuando recibió el Espíritu Santo en su vida, fue transformándose en la vasija que el Alfarero deseaba que fuera.
Entonces, el Salvador al entregarle las llaves del Reino a Pedro, le estaba confiando el poder supremo sobre su Iglesia. En este pasaje bíblico (Mateo 16, 19) Cristo le promete darle las llaves del cielo: “Te daré las llaves del reino de los cielos y lo que atares en la tierra atado será en el cielo y lo que desatares en la tierra, desatado será en el cielo”.
Era que Jesús había escogido a sus discípulos, poseedores de alguna habilidad humana, pero sin mayor erudición. No buscó rodearse de los más reconocidos en la sociedad, ni de nobles ni de reyes de la época, sino de personas, preferiblemente, ciudadanos del común, desnudos de vanidad o de posiciones destacadas, o políticos reconocidos, que los hiciera inalcanzables para la tarea que les iría encomendando en el difícil camino.
Y, El Príncipe de Paz, le encargó fuera el faro de su rebaño, la cabeza de su Iglesia, su piedra fundamental, diciéndole: “Bienaventurado eres Pedro... Y yo te digo que sobre tí, Pedro, edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán, contra ella” (Mateo. 16, 18) Y es que la roca principal de un edificio, si faltase no existiría. Por lo tanto, Pedro y sus Sucesores, serán los que mantendrán de pie el edificio de la Iglesia.
Pedro, como los demás apóstoles siguieron a Nuestro Señor ciegamente por tres largos años de su vida pública. Los cautivó para siempre y les prometió en su ascenso a los Cielos que, adónde él iba, les prepararía una habitación a cada uno, en su eterno e inaccesible Reino. Lo cierto, es que sus vidas no serían jamás las mismas. Sufrirían un cambio de 380 grados.
Y, aunque, San Pedro, fue testigo de sus asombrosos milagros e intervenciones en las Sinagogas, aún así manifestó sus inconsistencias humanas cuando, después de haber sido apresado Jesús, lo negó tres veces. Dolorosa actitud que el Maestro, antes de su amarga pasión, sabía con anticipación que él lo negaría, de lo que después de su trayecto hacia su conversión, se arrepentiría amargamente.
GUARDIAN Y MAESTRO SUPREMO DE LA FE
El Hijo de Dios, antes de su pasión, le dirigió estas palabras: “Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero Yo he rogado por tí, para que tú fe no desfallezca; y tú cuando te conviertas confirma a tus hermanos”.(Lc 22, 32) Eligiéndolo así en guardián y maestro supremo de la fe.
Como si fuera poco, además de ser Su mejor Amigo y haberles enseñado a los apóstoles los misterios de la fe, en su increíble ascenso a los Cielos, el Verbo Encarnado, les deja al Abogado, al Consolador, al Espíritu Santo, que los transformará de hombres temerosos, en verdaderos guerreros de la fe, mensajeros valientes del Evangelio del Amor, sufriendo por ello calumnias, persecuciones, flagelaciones, encarcelamientos, pero seguros de que, con ello, obtendrían el boleto directo para ingresar victoriosos al Reino Prometido, al Reino Eterno y de esta modo ocupar una de las más bellas moradas celestiales, junto al Hombre-Dios que los inmortalizó y los condujo a la aventura de evangelización más impensable, de ser sus inseparables discípulos de quienes las generaciones futuras hablarían por su sacrificio valiente por la fe.
Después de ser Pedro, el primer Representante de Dios en la tierra, ocuparon su Trono Pastoral, otros Pedros, frágiles como él, con sus debilidades y fortalezas. Pero, preparados por el Santo Espíritu para llevar la luz de Cristo a la humanidad, manteniendo así las lámparas de la sana doctrina encendidas, no sólo para los más de mil cuatrocientos millones de creyentes, esparcidos por el globo terráqueo, sino también para los que llegan a comprender que sus existencias están vacías y necesitan vaciarse de sí mismos para dejar que Jesús los llene y los plenifique por completo.
266 Pedros han ocupado la Silla Papal, siendo las Columnas Vivas de la Iglesia y cada uno ha dejado su impronta a su paso por el Pontificado de Roma.
Mencionaremos algunos de sus significativos aportes a la Iglesia.
Pío XIII: reconocido por sus escritos sobre matrimonios católicos y protestantes.
Gregorio XVI: firme defensor del ultramontanismo -autoridad del Papa sobre la Iglesia- y condenó la trata de esclavos.
León XIII: reformador social. Dedicado a las políticas sociales y a la justicia social. Buscó una relación entre la Iglesia y el mundo del trabajo. Su encíclica “Rerum Novarum” - “De Cosas Nuevas”- es un rechazo al comunismo. Reconoce el derecho natural a la propiedad privada. Promueve la justicia social y la caridad para lograr una sociedad próspera y equilibrada. Hizo de la Ciudad del Vaticano un Estado más eficiente, económicamente viable y más ordenado.
Pío IX: proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, la convocatoria del primer Concilio Vaticano y la creación del sílabo de errores, documento que condenaba errores de la época: liberalismo, socialismo y ateísmo.
Benedicto XV: Buscó soluciones pacíficas en la Primera Guerra Mundial. Promulgó el primer Código de Derecho Canónico.
Pío X: se opuso al modernismo teológico que buscaba adoptar la doctrina católica y la fe a los cambios culturales y científicos de la época. Promovió la comunión frecuente en los niños.
Pío XI: con sus encíclicas se opuso a los regímenes totalitarios: fascismo, nazismo y comunismo. Impulsó la formación cristiana en los jóvenes.
Pío XII: fue un diestro diplomático en su pontificado durante la Segunda Guerra Mundial. Buscó la paz en el diálogo. Condenó la guerra.
Juan XXIII: conocido por su desempeño en la caída del comunismo en Europa Central y Oriental y la teología de la liberación.
Pablo VI: el Papa del diálogo al interior de la Iglesia católica y fuera de esta. Primero en realizar viajes internacionales.
Benedicto XVI: reconocido teólogo y cardenal por su indiscutible conocimiento de la teología y su defensa de la doctrina católica.
Papa Francisco: primer pontífice latinoamericano. Su acción sobre el cambio climático fue uno de sus principales objetivos en su papado. Cuestionó el papel de la Iglesia católica en el mundo. Fue un Papa reformista. (EL Corresponsal para Revista LLAMAS)
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