PARA REFLEXIONAR...
Por estos días en que todos estamos a la expectativa, de poder superar con la ayuda de Dios, el difícil momento de la pandemia que pone a prueba a la humanidad, hemos seleccionado, para nuestros lectores, un breve relato sobre una de los tantos episodios de la vida singular de quien dejó una huella indeleble en la espiritualidad en el mundo y que es reconocido como el Santo de la Juventud, San Juan Bosco, nacido en Castelnuovo de Asti, Italia.
En su misión evangelizadora pasó por muchos momentos duros y difíciles como el que consignamos a continuación, muy a propósito de lo que acontece hoy, a raíz de la epidemia del coronavirus, en distintas regiones del mundo y que, en su tiempo, fue la peste del cólera cuyo epicentro fue el barrio del Dora, cerca de Valdocco.
Él y sus muchachos se dieron a la tarea de servir con caridad y amor a quiénes caían enfermos por el terrible mal, la mayoría de los cuales eran víctimas de la pobreza e indiferencia social. El ejército espiritual y militante de Don Bosco movido por una gran fe venció esta prueba, en donde sus vidas estaban en grave peligro. Conozcamos cómo lo lograron:
LAS ARMAS ESPIRITUALES QUE PROPONE SAN JUAN BOSCO PARA COMBATIR LA PESTE
12 de Marzo de 2020 (Gaudium Press)
En tiempos de la pandemia de coronavirus es fácil caer presa de la angustia y la desesperación, pero poniendo la mirada y la confianza en Dios y en la Santísima Virgen se superará esta prueba. Varios santos, a lo largo de la historia, han sido testimonio de fe y confianza en momentos de dificultad.
Uno de ellos fue San Juan Bosco, quien en 1854 - pocos años antes de que fundara la Congregación Salesiana-, vivió junto con sus hijos espirituales - cerca de cien adolescentes del oratorio de Turín- la epidemia del cólera que por entonces afectó fuertemente a la ciudad italiana.
Cuando la epidemia del cólera en Turín, Don Bosco ofreció sus hijos espirituales a la protección de la Santísima Virgen / Foto: Antonio Lutiane.
Pasaron los días y la epidemia fue creciendo exponencialmente hasta causar la muerte a un setenta por ciento de los afectados. Muchos de los que contraían la enfermedad eran dejados en el abandono, sin ayuda ni asistencia, incluso por sus propios familiares. Los sepultureros también se vieron obligados a ingresar a las casas para poder sacar a los cadáveres ya corrompidos. Todo esto sucedía en el vecindario donde se hallaba el oratorio, donde Don Bosco siempre estuvo con sus hijos espirituales, aconsejándoles, con las precauciones pertinentes, pero, sobre todo, llamándolos a mantenerse en estado de gracia ante Dios.
En una ocasión les dijo: "Os recomiendo que hagáis mañana una buena confesión y comunión para que pueda ofreceros a todos juntos a la Santísima Virgen, rogándole que os proteja y defienda como a hijos suyos queridísimos".
El santo les explicó, además, que la causa de este mal era sin duda el pecado y que "si todos vosotros os ponéis en gracia de Dios y no cometéis ningún pecado mortal, os aseguro que ninguno será atacado por el cólera"; pero que si alguno se obstinaba en ser enemigo de Dios u ofenderle de manera grave, no podía garantizar que la enfermedad no llegase a ellos.
Pero todos los hijos espirituales de San Juan Bosco hicieron caso a su padre y varios, por solicitud del propio fundador de los salesianos, se ofrecieron como voluntarios para socorrer a los enfermos, sin que les pasase nada, ninguno se enfermó de cólera. Sobre ello resalta el Padre Ángel Peña en su libro: "En aquel tiempo, los alumnos del internado, con Don Bosco y su madre, formaban una gran familia de casi cien personas. Estaban instalados en un lugar donde el cólera causó muchos estragos, y que, lo mismo a la derecha que a la izquierda, cada casa tuvo que llorar sus muertos.
Después de cuatro meses de pasada la epidemia, de tantos como eran, no faltaba ni uno. El cólera los había cercado, había llegado hasta las puertas del Oratorio, pero como si una mano invisible le hubiera hecho retroceder, obedeció, respetando la vida de todos".
Don Bosco y la Virgen María Auxiliadora |
San Juan Bosco no dudó en mostrar su gratitud a Dios y la Virgen por proteger la vida de sus jóvenes. Así que el 8 de diciembre de 1854 - en la fecha en que el Papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción -, dijo estas palabras a sus hijos: "Demos gracias, queridos hijos, a Dios, que razones tenemos para ello; porque, como veis, nos ha conservado la vida en medio de los peligros de la muerte. Más para que nuestra acción de gracias sea agradable, unamos a ella con una cordial y sincera promesa de consagrar a su servicio el resto de nuestros días, amándola con todo nuestro corazón, practicando la religión como buenos cristianos, guardando los mandamientos de Dios y de la Iglesia, huyendo del pecado mortal, que es una enfermedad mucho peor que el cólera y la peste".
Entre los jóvenes se encontraban Miguel Rua, Juan Cagliero y Luis Anfossi, quienes más adelante serían parte del grupo con los cuales Don Bosco fundaría la Congregación Salesiana. Con información de "Vivencias de Don Bosco", Padre Ángel Peña, OAR. www.es.gaudianpress.org
JÓVENES QUE EL CÓLERA NO TOCÓ
En el libro del sacerdote Salesiano Teresio Bosco “Vida de Don Bosco” El santo de los jóvenes en el Capítulo Nos Llamaremos Salesianos en el título La Muerte por las Calles del Barrio del Dora el autor nos narra cómo fue la tarea que adelantaron los pupilos de Don Bosco en la emergencia sanitaria: “El alcalde Notta dirigió un llamamiento a la ciudad: se necesita gente valiente para asistir a los enfermos, para trasladarlos a los lazaretos, a fin de que el contagio no corriese como una mancha de aceite.
“El 5 de agosto, fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, Don Bosco habló a los muchachos. Comenzó con una promesa: -Si os poneís en gracia de Dios y no cometéis ningún pecado mortal, os aseguro que ninguno se verá afectado por el cólera.
Después les dirigió una invitación:
-Sabeís que el alcalde ha hecho una llamada. Hacen falta enfermeros y asistentes para curar a los apestados. Muchos de vosotros sois demasiado jovencitos. Pero, si alguno de los mayores se atreve a venir conmigo a los hospitales y a las casas privadas, haremos juntos una obra buena y agradable al Señor.
Aquella misma tarde se alistaron catorce. Pocos días después, otros treinta, aunque eran muy jóvenes, lograron arrancar el permiso para unirse a los primeros.
Fueron días duros de trabajo y poco agradable. Los médicos aconsejaban dar masajes y fricciones en las piernas de los enfermos, para provocar abundante sudoración. Los muchachos quedaron divididos en tres grupos: el de los mayores, para todo servicio en los lazaretos y en casa de los apestados; el segundo grupo rondaba por las calles averiguando si había más enfermos, y el tercero (el de los más pequeños) permanecía en el Oratorio dispuesto a atender cualquier llamada.
Don Bosco exigía todas las precauciones. Todos llevaban consigo una botella de vinagre, con el que después de tocar a los enfermos, debían lavarse las manos.
El 21 de noviembre de 1854 se declaró terminada la “emergencia”. Los casos registrados en la ciudad, desde el primero de agosto hasta el 21 de noviembre, fueron 2500. Los muertos fueron mil cuatrocientos.
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